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Mensagem para Orión-A
01/05/2016 (9 ANOS)
Região
GRAL.ALVEAR-AVT
Endereço
MORENO 519 - CENTRO
SAN RAFAEL - MENDOZA
5600
Reunião principal
SÁBADO
16:00:00
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Mensagem para Orión-A
Histórico de Classificação
Historia y legado del Club de Aventureros y Conquistadores de la Iglesia Central de San Rafael, Mendoza
En la ciudad de San Rafael, ubicada al sur de la provincia de Mendoza, Argentina, se gestó una de las experiencias más enriquecedoras y formativas para muchos niños, niñas y adolescentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día: el Club de Aventureros y Conquistadores de la Iglesia Central: Orión. Este club no solo fue un espacio de actividades recreativas, sino también un verdadero ministerio de formación espiritual, social y personal. Sus inicios, su desarrollo y su legado han dejado huellas imborrables en la memoria de quienes formaron parte de él.
Inicios bajo una visión pastoral
El Club de Aventureros y Conquistadores en San Rafael Se inició entre los años 1980 y 1990 bajo el liderazgo del pastor Chicahuala, quien fue una figura clave en la motivación y el empuje espiritual necesario para comenzar este proyecto.
Desde el comienzo, se entendió que este club no sería una actividad aislada o meramente social, sino una extensión del trabajo espiritual de la iglesia con la niñez y la juventud. Su objetivo principal era formar discípulos de Cristo, enseñando valores cristianos a través de la naturaleza, la disciplina, el servicio y la comunidad.
Un equipo comprometido
Para que una iniciativa de esta magnitud funcione, es fundamental contar con un equipo comprometido y entusiasta. A lo largo de los años, varios líderes y colaboradores desempeñaron un rol vital en el crecimiento del club. Entre ellos se destacaron Aurelio Guerrero, Pedro Escobedo Roberto Chinarro, Hugo Yañez, Edgar Fabián Alfaro, Patricia Soria, quienes con dedicación y entrega fueron parte esencial de la organización y desarrollo de las actividades. También hubo otros colaboradores que, aunque no se mencionan aquí por nombre, dejaron su impronta en el corazón de los participantes.
El club no se limitaba a funcionar solamente los domingos. Además de las reuniones semanales con los niños y adolescentes, los dirigentes del grupo tenían dos encuentros semanales adicionales dedicados exclusivamente a la planificación y programación de las actividades. Estas reuniones eran espacios de oración, diálogo y creatividad, donde se diseñaban programas espirituales, manualidades, juegos, campamentos y acciones misioneras.
Estructura y organización del club
El club contaba con tres categorías, organizadas según las edades. En primer lugar estaban los más pequeños, conocidos como los “Cachorros” (hoy, aventureros), quienes disfrutaban de actividades adaptadas a su edad, con un enfoque lúdico y educativo. Luego seguía la categoría correspondiente a los “Conquistadores”, quienes ya asumían desafíos mayores, como caminatas, estudios de la naturaleza, trabajos comunitarios, exploración y liderazgo juvenil.
Cada categoría tenía su propio equipo de líderes y una planificación adaptada, pero todos compartían la misma esencia: formar ciudadanos útiles para Dios y la sociedad. La música, los cantos, las insignias, los uniformes, las especialidades, y por supuesto, la Biblia, eran parte del día a día del club.
Uno de los pilares espirituales del club fue el pastor Mendoza, quien se desempeñó como capellán. Su rol fue fundamental para mantener el enfoque espiritual y pastoral del club. No solo guiaba los momentos de reflexión, sino que también acompañaba a los líderes y a los chicos en sus desafíos personales. Su cercanía y calidez marcaron profundamente a los participantes y dejaron una impronta de amor pastoral en cada actividad.
Campamentos: una escuela de vida
Una de las experiencias más esperadas y valoradas por los miembros del club eran los campamentos. Se llegaban a realizar entre tres y cuatro campamentos por año, cada uno con una duración de aproximadamente una semana. Estos eventos se convertían en verdaderas escuelas de vida.
Durante los campamentos, se fortalecía el compañerismo, se aprendían habilidades prácticas como el armado de carpas, cocina rústica, primeros auxilios, orientación con brújula, y se promovía el amor por la naturaleza. Además, cada jornada comenzaba y terminaba con momentos de adoración a Dios, cantos, reflexiones bíblicas y oración.
Los campamentos eran, sin lugar a dudas, el alma del club. Allí se forjaban amistades profundas, se vivían experiencias inolvidables y se consolidaban los valores que guiaban la vida del club: honestidad, respeto, cooperación, humildad y fe. También se desarrollaban juegos de competencia, pruebas de supervivencia, dramatizaciones bíblicas y desafíos que ponían a prueba la creatividad y el espíritu de equipo.
Una etapa de transición y nuevos rostros
En la última etapa del club, se sumaron al equipo, Carlos Fockzeck como líder de Conquistadores y Gisela Stecler en el grupo de Aventureros. Los nuevos líderoes, junto a sus comisiones de trabajo aportan una nueva mirada, energía y sensibilidad al trabajo con los niños y adolescentes. Su presencia enriquece el grupo y ayuda a revitalizar actividades en un momento en que muchos líderes anteriores ya habían cerrado un ciclo.
Estos líderes trajeron nuevas ideas, renovó materiales, e impulsó una mejor organización interna, además de profundizar el enfoque espiritual. Su participación fue clave para sostener la continuidad del club y seguir impactando la vida de las nuevas generaciones.
El impacto en la comunidad y en la iglesia
El club de Aventureros y Conquistadores no solo fue una bendición para los chicos y sus familias, sino también para la iglesia y la comunidad de San Rafael. Muchas familias comenzaron a asistir a la iglesia motivadas por la participación de sus hijos en el club. Otros niños, que no eran adventistas, se integraron a las actividades y encontraron en el club un ambiente sano, acogedor y lleno de valores cristianos.
Las actividades comunitarias como recolección de alimentos, visitas a hogares de ancianos o limpieza de espacios públicos, mostraban el compromiso del club con el servicio. Este testimonio práctico fue una poderosa forma de evangelismo silencioso pero eficaz.
Además, el club sirvió como semillero de futuros líderes de iglesia. Muchos de los que fueron Aventureros y Conquistadores años atrás, hoy son pastores, directores de jóvenes, líderes de escuelas sabáticas, o padres que continúan el legado formando a sus propios hijos en los mismos valores.
Reflexión final
Recordar la historia del Club de Aventureros y Conquistadores de la Iglesia Central de San Rafael es más que un ejercicio de nostalgia. Es reconocer la obra de Dios a través de personas comunes que, con esfuerzo, fe y pasión, decidieron invertir tiempo y corazón en formar a las nuevas generaciones.
Aquel club, que nació bajo la dirección del pastor Chicahuala y el liderazgo de muchas personas, fue mucho más que un grupo de actividades recreativas. Fue un verdadero ministerio de discipulado, una extensión del hogar y de la iglesia, una herramienta poderosa para construir una generación de jóvenes íntegros, sensibles, responsables y llenos del amor de Cristo.
Hoy, al mirar atrás, solo queda dar gracias a Dios por esa etapa tan rica de formación y por cada uno de los líderes y niños que fueron parte de esta hermosa historia. Que el legado de aquel club continúe vivo, inspirando a nuevas generaciones a seguir siendo conquistadores del amor de Dios
En la ciudad de San Rafael, ubicada al sur de la provincia de Mendoza, Argentina, se gestó una de las experiencias más enriquecedoras y formativas para muchos niños, niñas y adolescentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día: el Club de Aventureros y Conquistadores de la Iglesia Central: Orión. Este club no solo fue un espacio de actividades recreativas, sino también un verdadero ministerio de formación espiritual, social y personal. Sus inicios, su desarrollo y su legado han dejado huellas imborrables en la memoria de quienes formaron parte de él.
Inicios bajo una visión pastoral
El Club de Aventureros y Conquistadores en San Rafael Se inició entre los años 1980 y 1990 bajo el liderazgo del pastor Chicahuala, quien fue una figura clave en la motivación y el empuje espiritual necesario para comenzar este proyecto.
Desde el comienzo, se entendió que este club no sería una actividad aislada o meramente social, sino una extensión del trabajo espiritual de la iglesia con la niñez y la juventud. Su objetivo principal era formar discípulos de Cristo, enseñando valores cristianos a través de la naturaleza, la disciplina, el servicio y la comunidad.
Un equipo comprometido
Para que una iniciativa de esta magnitud funcione, es fundamental contar con un equipo comprometido y entusiasta. A lo largo de los años, varios líderes y colaboradores desempeñaron un rol vital en el crecimiento del club. Entre ellos se destacaron Aurelio Guerrero, Pedro Escobedo Roberto Chinarro, Hugo Yañez, Edgar Fabián Alfaro, Patricia Soria, quienes con dedicación y entrega fueron parte esencial de la organización y desarrollo de las actividades. También hubo otros colaboradores que, aunque no se mencionan aquí por nombre, dejaron su impronta en el corazón de los participantes.
El club no se limitaba a funcionar solamente los domingos. Además de las reuniones semanales con los niños y adolescentes, los dirigentes del grupo tenían dos encuentros semanales adicionales dedicados exclusivamente a la planificación y programación de las actividades. Estas reuniones eran espacios de oración, diálogo y creatividad, donde se diseñaban programas espirituales, manualidades, juegos, campamentos y acciones misioneras.
Estructura y organización del club
El club contaba con tres categorías, organizadas según las edades. En primer lugar estaban los más pequeños, conocidos como los “Cachorros” (hoy, aventureros), quienes disfrutaban de actividades adaptadas a su edad, con un enfoque lúdico y educativo. Luego seguía la categoría correspondiente a los “Conquistadores”, quienes ya asumían desafíos mayores, como caminatas, estudios de la naturaleza, trabajos comunitarios, exploración y liderazgo juvenil.
Cada categoría tenía su propio equipo de líderes y una planificación adaptada, pero todos compartían la misma esencia: formar ciudadanos útiles para Dios y la sociedad. La música, los cantos, las insignias, los uniformes, las especialidades, y por supuesto, la Biblia, eran parte del día a día del club.
Uno de los pilares espirituales del club fue el pastor Mendoza, quien se desempeñó como capellán. Su rol fue fundamental para mantener el enfoque espiritual y pastoral del club. No solo guiaba los momentos de reflexión, sino que también acompañaba a los líderes y a los chicos en sus desafíos personales. Su cercanía y calidez marcaron profundamente a los participantes y dejaron una impronta de amor pastoral en cada actividad.
Campamentos: una escuela de vida
Una de las experiencias más esperadas y valoradas por los miembros del club eran los campamentos. Se llegaban a realizar entre tres y cuatro campamentos por año, cada uno con una duración de aproximadamente una semana. Estos eventos se convertían en verdaderas escuelas de vida.
Durante los campamentos, se fortalecía el compañerismo, se aprendían habilidades prácticas como el armado de carpas, cocina rústica, primeros auxilios, orientación con brújula, y se promovía el amor por la naturaleza. Además, cada jornada comenzaba y terminaba con momentos de adoración a Dios, cantos, reflexiones bíblicas y oración.
Los campamentos eran, sin lugar a dudas, el alma del club. Allí se forjaban amistades profundas, se vivían experiencias inolvidables y se consolidaban los valores que guiaban la vida del club: honestidad, respeto, cooperación, humildad y fe. También se desarrollaban juegos de competencia, pruebas de supervivencia, dramatizaciones bíblicas y desafíos que ponían a prueba la creatividad y el espíritu de equipo.
Una etapa de transición y nuevos rostros
En la última etapa del club, se sumaron al equipo, Carlos Fockzeck como líder de Conquistadores y Gisela Stecler en el grupo de Aventureros. Los nuevos líderoes, junto a sus comisiones de trabajo aportan una nueva mirada, energía y sensibilidad al trabajo con los niños y adolescentes. Su presencia enriquece el grupo y ayuda a revitalizar actividades en un momento en que muchos líderes anteriores ya habían cerrado un ciclo.
Estos líderes trajeron nuevas ideas, renovó materiales, e impulsó una mejor organización interna, además de profundizar el enfoque espiritual. Su participación fue clave para sostener la continuidad del club y seguir impactando la vida de las nuevas generaciones.
El impacto en la comunidad y en la iglesia
El club de Aventureros y Conquistadores no solo fue una bendición para los chicos y sus familias, sino también para la iglesia y la comunidad de San Rafael. Muchas familias comenzaron a asistir a la iglesia motivadas por la participación de sus hijos en el club. Otros niños, que no eran adventistas, se integraron a las actividades y encontraron en el club un ambiente sano, acogedor y lleno de valores cristianos.
Las actividades comunitarias como recolección de alimentos, visitas a hogares de ancianos o limpieza de espacios públicos, mostraban el compromiso del club con el servicio. Este testimonio práctico fue una poderosa forma de evangelismo silencioso pero eficaz.
Además, el club sirvió como semillero de futuros líderes de iglesia. Muchos de los que fueron Aventureros y Conquistadores años atrás, hoy son pastores, directores de jóvenes, líderes de escuelas sabáticas, o padres que continúan el legado formando a sus propios hijos en los mismos valores.
Reflexión final
Recordar la historia del Club de Aventureros y Conquistadores de la Iglesia Central de San Rafael es más que un ejercicio de nostalgia. Es reconocer la obra de Dios a través de personas comunes que, con esfuerzo, fe y pasión, decidieron invertir tiempo y corazón en formar a las nuevas generaciones.
Aquel club, que nació bajo la dirección del pastor Chicahuala y el liderazgo de muchas personas, fue mucho más que un grupo de actividades recreativas. Fue un verdadero ministerio de discipulado, una extensión del hogar y de la iglesia, una herramienta poderosa para construir una generación de jóvenes íntegros, sensibles, responsables y llenos del amor de Cristo.
Hoy, al mirar atrás, solo queda dar gracias a Dios por esa etapa tan rica de formación y por cada uno de los líderes y niños que fueron parte de esta hermosa historia. Que el legado de aquel club continúe vivo, inspirando a nuevas generaciones a seguir siendo conquistadores del amor de Dios